Son muchas las personas que han llegado a la edad adulta descubriendo, de pronto, que sufrieron el síndrome del incesto emocional. Esta dinámica lesiva no tiene ningún componente sexual. Consiste en convertirse en el confidente obligado de los cuidadores. El padre o la madre busca el apoyo emocional de sus hijos, atribuyéndoles responsabilidades que no les pertenecen.
En un escenario saludable, son siempre los progenitores quienes confieren y brindan ese apoyo a sus hijos y no a la inversa. En caso de que el adulto necesite desahogar sus problemas, inquietudes o malestares, lo más adecuado es hacerlo con la pareja. También con los buenos amigos, la familia o un psicólogo, pero nunca con un niño.
De este modo, la criatura que crece ejerciendo esta función distorsionada termina adoptando de sombra a la culpa. Por un lado, saben que no deberían estar asumiendo ese papel. Por otro, se ven obligados a complacer a esa madre infeliz, a ese padre frustrado, a escucharles y lo que es peor, a darles consejos.
Casi sin saber cómo, acaban siendo su principal apoyo, cuando apenas reciben nada a cambio. Detrás hay unos adultos inmaduros que desconocen el coste psicológico de lo que están haciendo.
Entendemos el síndrome del incesto emocional como una relación desadaptativa entre los padres/madres y los hijos, en la que los primeros recurren a los niños para satisfacer sus necesidades emocionales y relacionales. Cabe señalar que estamos ante una realidad clínica poco investigada, y que fue descripta por primera vez en los años 90 por la doctora Patricia Love, en su libro The Emotional Incest Syndrome: What to do When a Parent’s Love Rules Your Life (1991).
¿Cómo se desarrolla el incesto emocional?
En el incesto emocional el progenitor no trata a su hijo como un niño, sino como un igual. No ejerce el papel de cuidador, puesto que en este caso se priorizan en exclusiva las necesidades del adulto. Nada más.
- El padre o la madre busca la compañía del hijo cuando se siente triste o solo.
- Después de una discusión o problema con la pareja, el adulto recurre a su hijo para desahogarse.
- Comparten con los niños sus preocupaciones, miedos, problemas… Incluso los de pareja o los que atañen a su vida sexual (en este tipo de casos, lo que los adultos suelen hacer es un relato modificado de lo que sucede. Normalmente, son adultos poco conscientes de las limitaciones del niño, pero no inconscientes).
- Asimismo, les piden sus consejos y opiniones a la hora de actuar en esas dimensiones problemáticas.
- Los niños se ven obligados, desde edades tempranas, a actuar de manera más madura que sus progenitores. Esto termina aniquilando su infancia.
¿Qué efectos tiene el síndrome del incesto emocional a corto y largo plazo?
El síndrome del incesto emocional deja secuelas psicológicas en el niño. Esas que arrastrará en la edad adulta. De hecho, la Universidad Anadolu desarrolló una escala para identificar esta condición.
¿Cómo se trata este problema?
Lo más importante en estos casos es tomar conciencia de que uno ha sido víctima del incesto emocional. Así, y por llamativo que nos parezca, no todas las personas son conscientes de ello. Uno llega a la edad adulta con muchos problemas, pero rara vez se relaciona esa depresión, o esa dificultad para lograr relaciones de pareja felices, con el vínculo construido con los progenitores.
¿No se supone, al fin y al cabo, que nada es tan importante como tener una buena confianza y relación padre-hijo? Lo cierto es que sí, pero todo tiene un límite, y el límite está en que el adulto no puede hablar de todo con su hijo, ni debe cargarle con responsabilidades que no le corresponden.
Por otro lado, y por si esas dinámicas no fueran suficientes, también les piden otra realidad. Les exigen lealtad y las frases que utilizan pueden ser las siguientes: “no le digas a papá o a mamá nada de lo que hablamos. Esto es entre tú y yo porque somos buenos amigos”.
